Relámpago: imágenes desde el interior del monstruo

De la multiplicidad de imágenes que componen el presente sólo podemos arriesgar como vértice común la insistencia en la composición. Reconocerse en el presente es, en principio, un reconocimiento del plano temporal como núcleo articulador que sostiene la continua producción de sentido. El desacuerdo funciona -en este nivel de la imagen en relación al tiempo- como productor fundamental de la significación en tanto figura que desafía el acontecimiento. ¿Cuál es la necesidad del continuo registro de la experiencia sino la producción de imágenes que -por fin y nuevamente- haga posicionarse a “lo real” como enfrentado a la razón que se permite mirarle la cara? ¿Es esta una práctica que escapa a algún período de la historia? Esta última pregunta, cuya respuesta es rápidamente dada a la negativa permite pensar, sin embargo, en que si bien los interrogantes no son nuevos, las respuestas posibles son abismalmente distantes al atravesar la era de la técnica. Si la historia, y más precisamente la historia del arte, no dejan de mirarse a sí mismas en tiempo real es porque los objetos resultantes de la producción técnica no necesitan más que de la realidad inmediata para construir cualquier sentido que se proponga. La superposición y la diseminación que las imágenes generan incansablemente son mayores que en cualquier otro momento de la historia y, al mismo tiempo, la percepción visual es hoy más sensible que nunca a traducir esas imágenes en imágenes. En la era de la reproductibilidad técnica la imagen cifra toda posibilidad de sentido. Todo alrededor es composición. De la frase-imagen ranciereana a la imagen-movimiento deleuziana lo que acontece pasa por la visión. Es por eso que el re-interrogar y reinventar el presente se torna tan ardua tarea. La clave ya no puede situarse en el despejar una posible verdad de un entorno impuro. Por el contrario, se ha vuelto imperativo el no cesar de (a)notar y sumar la mayor cantidad de imágenes superpuestas en un montaje monstruoso. De allí aún no podrá decirse qué resulte. El presente escapa a la configuración del deseo, es acto continuo, incansable nacimiento. El refugio en el pensamiento de la construcción o de la destrucción nos ha sido negado, la intención ha sido desplazada y puesta al margen de las reflexiones. Podemos apostar al recomienzo en tanto posible síntoma del futuro en el presente pero ninguna certidumbre ha superado el escenario de los fines. De la multiplicidad de imágenes que componen el presente sólo podemos aventurarnos a permanecer en las entrañas del monstruo y arriesgar osadas formas de montaje, formas caóticas de exploración a las que llamaremos aquí figuras del recomienzo. El desafío del presente es probar en la escritura misma que, ciertamente, el fin aún no ha sido escrito.

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Bibliographic Details
Main Author: La Rocca, Paula
Format: Fil: Fil: La Rocca, Paula. Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Filosofía y Humanidades. Escuela de Letras; Argentina. biblioteca
Language:spa
Published: 2015
Subjects:MONTAJE, IMAGEN, SUPERVIVENCIA, ARTE CONTEMPORÁNEO,
Online Access:http://hdl.handle.net/11086/547632
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Description
Summary:De la multiplicidad de imágenes que componen el presente sólo podemos arriesgar como vértice común la insistencia en la composición. Reconocerse en el presente es, en principio, un reconocimiento del plano temporal como núcleo articulador que sostiene la continua producción de sentido. El desacuerdo funciona -en este nivel de la imagen en relación al tiempo- como productor fundamental de la significación en tanto figura que desafía el acontecimiento. ¿Cuál es la necesidad del continuo registro de la experiencia sino la producción de imágenes que -por fin y nuevamente- haga posicionarse a “lo real” como enfrentado a la razón que se permite mirarle la cara? ¿Es esta una práctica que escapa a algún período de la historia? Esta última pregunta, cuya respuesta es rápidamente dada a la negativa permite pensar, sin embargo, en que si bien los interrogantes no son nuevos, las respuestas posibles son abismalmente distantes al atravesar la era de la técnica. Si la historia, y más precisamente la historia del arte, no dejan de mirarse a sí mismas en tiempo real es porque los objetos resultantes de la producción técnica no necesitan más que de la realidad inmediata para construir cualquier sentido que se proponga. La superposición y la diseminación que las imágenes generan incansablemente son mayores que en cualquier otro momento de la historia y, al mismo tiempo, la percepción visual es hoy más sensible que nunca a traducir esas imágenes en imágenes. En la era de la reproductibilidad técnica la imagen cifra toda posibilidad de sentido. Todo alrededor es composición. De la frase-imagen ranciereana a la imagen-movimiento deleuziana lo que acontece pasa por la visión. Es por eso que el re-interrogar y reinventar el presente se torna tan ardua tarea. La clave ya no puede situarse en el despejar una posible verdad de un entorno impuro. Por el contrario, se ha vuelto imperativo el no cesar de (a)notar y sumar la mayor cantidad de imágenes superpuestas en un montaje monstruoso. De allí aún no podrá decirse qué resulte. El presente escapa a la configuración del deseo, es acto continuo, incansable nacimiento. El refugio en el pensamiento de la construcción o de la destrucción nos ha sido negado, la intención ha sido desplazada y puesta al margen de las reflexiones. Podemos apostar al recomienzo en tanto posible síntoma del futuro en el presente pero ninguna certidumbre ha superado el escenario de los fines. De la multiplicidad de imágenes que componen el presente sólo podemos aventurarnos a permanecer en las entrañas del monstruo y arriesgar osadas formas de montaje, formas caóticas de exploración a las que llamaremos aquí figuras del recomienzo. El desafío del presente es probar en la escritura misma que, ciertamente, el fin aún no ha sido escrito.