Traducir (se)

Las ideas comprometidas en este trabajo conviven con infinitas incertidumbres que hicieron de esta navegación una ruta inestable que aún perteneciéndome ya comienza a serme ajena. El discurso aquí presentado, elaborado sobre la incertidumbre, como Jacques Derrida dice de la deconstrucción, no sirve para nada. Pero sí apunta a generar una palabra suplementaria, una traducción que hable desde mi lugar y mi experiencia cultural. En ese hablar, el pensamiento se hace extraño a sí mismo constantemente, y solo así, haciéndose extranjero, es que pudo decirse y aparecer, recuperarse al darse. En esta indagación se tiende un lazo que une la hospitalidad con la traducción de modo de aproximar una forma particular de concebir el problema de la traducción con la exigencia hospitalaria de un vínculo no destructivo con el otro, orientado a las comunidades por venir. Así, esta tesis recorre un desfasaje que es el que nos hace singulares, el que nos muestra la heteronomía radical y el que entraña la paradoja de que sólo nos liberamos (si es que nos liberamos) de lo particular volviendo a tomar por nuestra cuenta una situación lingüística que es, a la vez e indisolublemente, limitación (imposibilidad) y acceso (posibilidad) a lo universal. Si entendemos que nuestra singularidad es la traductora de las distintas formas de expresión que en la experiencia del acontecimiento con el otro, irreductible e irrepetible, toma forma, ¿de qué modo se discute la búsqueda de equivalencias o coincidencias entre sistemas (lenguas, cuerpos) objetivos que son en realidad heterónomos e inapropiables? ¿Cómo se pone en juego la traducción, en el acontecimiento con el otro, en la conmoción de nuestros logos y cómo sedimentará esta experiencia para el futuro? En el mismo sentido, ¿qué clase de reflexión permite ver la relación entre el texto de partida y la traducción como una relación compleja y no como una oposición jerárquica? ¿Cómo desafiar tanto la noción de que interpretar puede ser un acto protector de significados como la idea de que la traducción sea una operación de transporte o transferencia de significados y valores? El primer capítulo aborda en una primera instancia el concepto de equivalencia, que diversas escuelas teóricas de traducción de orientación lingüística tienen en común, a partir de una serie de deconstrucciones sobre las noción saussureana del signo, la lectura trascendental, la cuestión del texto original y la oposición entre las denominadas traducción literal y traducción libre. El trabajo sobre el concepto de equivalencia indaga su relación con la universalidad conceptual en la tradición logocéntrica que opone lo sensible a lo inteligible, el cuerpo al alma, el sonido al sentido, dicotomías en que todo lo que se refiere a lo material y exterior es secundario, en relación a lo primordial, lo interior, lo conceptual. Por otro lado, se discute la idea de un origen sobre el cual el texto debería retornar y que en realidad constituye una fuente heterogénea y sin sentido propio que le permita regresar e igualarse a sí misma. Si la cultura no es fuente de representaciones, sino su efecto; si la representación no domina ni oculta el referente, ella crea e interpreta ese referente, sin ofrecer un acceso inmediato a él, el traductor no lo lee como una fuente, ni como un origen fijo, sino que construye una interpretación que, a su vez, también va a ser movimiento y se desdoblará en otras interpretaciones. En ese sentido, como la traducción exhibe su diferencia en relación al texto de partida, se abre una laguna con las propuestas teóricas de la equivalencia que tienen como presupuesto inicial la noción de neutralización de la diferencia. La diferencia que se muestra en la práctica exige algún tipo de explicación. De esa exigencia devienen reflexiones ligadas a la cuestión de la fidelidad, la creatividad, el respeto al texto, los límites de intervención del traductor. En la siguiente parte del capítulo primero se piensa la traducción a partir de su naturaleza de experiencia y cómo ésta se ha edificado culturalmente alrededor del etnocentrismo, ocultando una esencia más profunda, que es simultáneamente ética, poética y pensante o filosófica, en el sentido de que en la traducción hay una relación con la verdad y en la que la fidelidad y la exactitud son nociones fundamentales dentro del acto de reconocer y recibir al Otro en tanto que Otro. La traducción como imposibilidad y traición y lo intraducible como valor son examinados como modos de autoafirmación de un texto que opera dudosa y erróneamente, no dejándose traducir. En esa duda en la que opera el texto la traducción exige una reflexión que pone en cuestión el perfecto equilibrio entre las lenguas y la noción de una traducción “inocente”. La concepción tradicional de fidelidad al texto o a las intenciones del autor es usada para enmascarar las relaciones que ocurren entre el traductor, el texto de partida y su autor. Pero, ¿qué tipo de discurso se revela en este ocultamiento? ¿Cuál es el medio de preservar las diferencias lingüísticas y culturales del texto? (Si es que es posible la preservación). Y, fundamentalmente, ¿dónde nos sitúa la deconstrucción de las teorías de la equivalencia? ¿Qué violencias imprime sobre la lengua materna traducida? En el segundo capítulo se indaga acerca del trabajo que hace el traductor sobre lo que la lengua materna tiene de materna, como espacio abierto y accesible, que discute con la idea del origen allí donde es primero la lengua que hablamos habitándola, donde se produce nuestra primera experiencia de la lengua: la “mía”, la “suya”, la “nuestra” y que desarrolla el apego del que se supone que debemos dar testimonio, cuando no está prescrito, comandado o impuesto. Discute el origen porque también es al interior de este espacio que puede venir bruscamente, como una primera e inicial ruptura de este lazo, el sentimiento de su extranjeridad, por la cual esta lengua que comparto con los más próximos, esta única lengua que puedo pretender poseer, de repente no es más la mía. Por ello, fundamentalmente a partir de la lectura del monolingüismo del otro (Derrida: 1997) a la que invita Derrida, se trabaja sobre la desacralización de la lengua materna y la idea de que el idioma se deja definir por su relación a la traducción. Es en esta relación, en la difícil pregunta de la traducibilidad y de la intraducibilidad (la misma que tal vez aumenta el sentimiento de extranjeridad de la lengua) que se concentra el deseo. No hay una morada sin morada (la cual es irreductible a toda comunidad) más que en una lengua que resiste a toda traducción, que anuncia esta resistencia como su razón de ser. Allí se revisa el trabajo de la traducción como trabajo del recuerdo, que también es comparado con el trabajo de parto y que acomete contra la sacralización de la lengua llamada materna, contra su intolerancia identitaria. ¿Con qué dificultad se encuentra el trabajo de duelo al entender que no está en poder del espíritu fundar, constituir, instaurar ni restaurar una autenticidad? Fundar auténticamente es una perfecta impostura del imaginario, del querer, del querer poder, de la apropiación. En ese sentido, la resistencia al trabajo de traducción en tanto trabajo del recuerdo, no es menor por parte de la lengua extranjera. Se proponen como lecturas de la traducción (como trabajo de duelo) la espectralidad de la experiencia cinematográfica en el film de Safaa Fathy, D'ailleurs Derrida y la traducción violenta y traumática del cuerpo maternal en La Chaimbre Claire y el Diario de duelo, de Roland Barthes. Son lecturas que indagan hasta qué punto el trabajo del duelo es menos un repliegue interior, una sensación introspectiva que una mirada hacia la expresión entre los otros, los semejantes, de quienes recobramos los rostros y sus signos, sus testimonios como sobrevivientes. Conocemos en qué medida se da un trabajo de traducción en la inscripción ritual en el mundo, a través del nombre y la memoria, de los rastros de fantasmas. Con la reflexión sobre el nombre, como lugar donde se enloquece la potencia del lenguaje, se retoma la cuestión de la apropiación como problema político y fundamento de la constitución de una identidad común que permite responder a la pregunta eminentemente política: ¿quiénes somos? La lengua se encuentra erigida en un supremo criterio de identificación y su apropiación es signo de pertenencia, sin que el carácter obligatorio (institucional, escolar, estático) de esta pertenencia y de esta identificación se encuentre cuestionado. Esto lleva a tratar de comprender cómo el fenómeno singular de la traducción señala una promesa. En el final del capítulo se entabla cómo esta idea de promesa no deja fuera a la política. En efecto, en nombre de la lengua (de su particularidad, de su excepcionalidad) es que tal o cual comunidad se ve investida de una misión histórica particular. La idea de promesa (aquella de una salvación o de un renacimiento) no fue jamás ajena a la de sacralización de la lengua materna. Exaltar en la lengua materna un bien sagrado, equivale a ver en ella (a condición de practicarla, de hablarla) la única posibilidad de esperar una salvación. Pero, ¿qué paradoja encierra esa salvación? ¿Quién es el que traduce y quién el que arriba al sentido? ¿Quién reclama nuestra traducción y cómo se responde a ese llamado? Estas preguntas están hablando de origen pero también de apropiación. ¿Es apropiable una lengua? ¿Quién posee esa lengua? ¿Y a quién posee? ¿Dónde reside y qué inflama el espíritu que nos hace volver a ella? Y en este camino revisar el carácter apropiable o inapropiable de la lengua lleva a interrogarse por su relación con la cultura, por su composición en lo que se denomina identidad cultural. A partir de las reflexiones formadas el tercer capítulo se repregunta por el Otro, ¿qué es y quién es el otro? Se interroga el conjunto de presupuestos teóricos trabajados a lo largo de esta investigación y, en especial, el vínculo entre hospitalidad y hostilidad a partir de la práctica contemporánea de la traducción, en una invitación a verla como acto de amor imposible hacia el Otro y que debe conducir a pensar la actividad traductora como un paradigma usual en los estudios culturales que tratan del Otro, como no ha sido pensada hasta ahora en la representación o el diálogo con otras culturas, ni tampoco en los estudios poscoloniales. Así se arriba, en el último capítulo (el cuarto), a la deconstrucción del concepto de traducción cultural revisando lo que se ha llamado el discurso colonial, la manipulación y apropiación del Otro traducido, el exotismo como una de las formas del extrañamiento y su relación con la familiarización y las teorías sobre el poscolonialismo o el Otro sobre sí mismo, de modo de analizar el espacio (poscolonial) de la traducción cultural. Es decir que se trabaja sobre la conciencia poscolonial que ha decidido dotar a la traducción como un tópico teórico, histórico y político. Desde esta perspectiva se plantea la necesidad de una política del heterolingüismo ejemplificada en el espacio relacional de Europa y América Latina y que tiene como corolario una reflexión acerca de la traducción como creolización, hacia una política de la Relación. Asuntos vistos desde el prisma de Édouard Glissant, fundamentalmente, en una carta escrita al Ministro del Interior de Francia en oportunidad de su visita a la Isla de Martinica. La elección del poeta antillano para este análisis no es casual. Una religión de orígen estadounidense (de mediados del siglo XX) llamada Eckankar (palabra que significa “el que trabaja con Dios”) tiene entre sus principios la idea de que la gente no muere, sino que se traduce. Previo a esta investigación he querido traducir parte de la obra de Glissant y ese espectro (el del pensador, el de su obra y el de la traducción) se ha deslizado (il s'est glissé) asediando de comienzo a fin todo este trabajo. Aunque no esté escrito explícitamente. Aún como ausencia presente. Porque el espectro también es, entre otras cosas, aquello que uno imagina, aquello que uno cree ver y que proyecta. Este asedio que organiza pero que también imposibilita resulta en una impotencia de escribir que no se agota en los fantasmas (en la imposibilidad de ordenar o desordenar las formas), sino que nos plantea una duda antes del acto escritural. Como dice Derrida, lo que parece casi imposible es seguir hablando del espectro, al espectro, seguir hablando con él, sobre todo seguir haciendo hablar o dejando hablar a un espíritu. (Derrida: 1995b). Y el asunto parece aún más difícil para un lector, un intérprete, un traductor. El trabajo de duelo (sobre Glissant y sobre el propio Derrida) consiste siempre en intentar ontologizar restos, “en hacerlos presentes, en primer lugar en identificar los despojos y en localizar a los muertos, “toda óntológización, toda semantización –filosófica, hermenéutica o psicoanalítica‐ se encuentra presa en este trabajo del duelo pero, en tanto que tal, no lo piensa todavía; es en este más‐acá en el que planteamos aquí la cuestión del espectro.” (Derrida, 1995b: 25). Una de las tesis más importantes contenidas en este trabajo es que la espectrología también es una traducción y que la hospitalidad se encuentra investida de una potencia de descentramiento del don de la palabra, de la posibilidad acordada de traducir(se) el signo de su incondicionalidad. ¿Cómo interrogar este orden fundado por la incondicionalidad? ¿Cómo vivirlo? ¿Cómo traducirlo? Y en ese don de la palabra, ¿quién se expone? ¿Quién adeuda? ¿Quién responde? ¿Cuál es la real vocación de la hospitalidad? La tarea del traductor es concebida aquí como la misión a la que estamos (siempre por el otro) destinados, el compromiso, el deber, la deuda, la responsabilidad. Se trata ya de una ley, de un orden terminante, de la que el traductor debe responder. Es aquello que en el pensamiento se arriesga siempre hacia la firma del otro. Al hacer la ley, el original empieza por contraer una deuda también con respecto al traductor. El original es el primer deudor, el primer peticionario, empieza por carecer de, y por implorar la traducción. Una deuda extraña que no liga a nadie con nadie, no compromete a sujetos sino a nombres en el borde de la lengua (espectros, como el de Derrida, como el de Glissant). Y este rasgo sería el de lo por‐traducir de una lengua a otra, de este borde al otro‐del nombre propio. Deber y deuda para repolitizar la política a través de la traducción. Deber y deuda que van más allá de la hospitalidad condicional y abren la propia casa al riesgo de su destrucción, para pensar la libertad en el horizonte de la heteronomía o la identidad desde el colonialismo. En esa aporía se pone en juego el concepto de hospitalidad, en un lugar insostenible e imposible afirmando al mismo tiempo dos órdenes (el de lo condicional y lo incondicional, el de La Ley y las leyes) heterogéneos e inconmensurables. La traducción entre lo concreto del otro aquí y ahora y el otro por venir, promesa y deseo de traducir, es lo que erigirá la presente reflexión.

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Bibliographic Details
Main Author: Rebón, Manuel
Other Authors: Penchaszadeh, Ana Paula
Format: Tesis biblioteca
Language:spa
Published: Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales
Subjects:Traducción, Escritura, Política,
Online Access:https://repositorio.sociales.uba.ar/items/show/34
https://repositorio.sociales.uba.ar/files/original/2e2d76b46564c0d0212f79ed074baae0.pdf
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