Verdad de la experiencia y experiencia de verdad en el arte. Una mirada desde la hermenéutica
Seguimos cayendo aún en la tendencia a interpretar las obras artísticas sólo como creaciones y fenómenos de la expresión. De este modo se ponen en juego categorías que presuponen de modo no explicito que el arte no puede ser entendido ya como conocimiento. En este sentido, la obra de arte es considerada como la expresión de una vivencia y la experiencia estética se agota en la reproducción posterior de la vivencia creativa. Esta actitud de contemplar de manera puramente estética las obras de arte, prescindiendo de su dimensión moral o cognitiva, ha llevado a que el arte adquiera en la modernidad un carácter autónomo. Sin duda esta posición está plenamente legitimada, sin embargo, en concurrencia con la separación de esferas de validez sobre la que se monta, el arte se ve obligado a renunciar a la "pretensión de verdad" de la obra artística. Esto es, se priva de ser un "enunciado" real, de decir algo sobre el mundo entorno y acepta para sí la mera dimensión de la ficción y de la ilusión que le es señalada por la ciencia moderna. Pero si no estamos dispuestos a aceptar que el arte se agota en mera distracción y entretenimiento, cuya relación con él se limitaría al goce estético de su bella apariencia, si pretendemos reconocer y señalar su fuerza formadora y trasformadora, tenemos que volver a preguntar por aquello que "nos dice" la obra de arte y por el modo en que nos relacionamos con ella. Pero ¿cómo entender "lo que nos dice"? ¿Cómo entender las trasformaciones que podemos sufrir? En este sentido, H G Gadamer va a destacar en la primera parte de Verdad y método (1960) que en la experiencia del arte se muestran dos aspectos a tener en cuenta: que el arte representa una realidad autónoma que nos sobrepasa, pero en la que a la vez estamos siempre implicados. Nuestra subjetividad está efectivamente siempre envuelta en el juego del arte pero se limita a responder a la propuesta de la obra artística. La dimensión objetiva que viene a representar el juego en la propuesta de Gadamer, se impone a nuestra subjetividad; no somos dueños y señores de esta experiencia sino que hay que decir mejor que ?somos jugados? en y por ella. De modo que podemos señalar con Gadamer que la experiencia que hacemos de la obra de arte tiene que ver con algo que nos retiene y nos sacude; es la "experiencia de ser embargados" que siempre precede y hace posible el ejercicio crítico del juicio. En este sentido, el arte hace más elocuente el mundo que nos rodea, proporciona un plus, un "incremento" de realidad que constituye un verdadero "enunciado", el cual se eleva con una pretensión de verdad que reclama una respuesta de nuestra parte, el establecimiento de un diálogo. La obra de arte sería así este vernos interpelados que nos transforma. Pero ¿no habrá que entender este "decir algo", o "tener algo que decir" como una simple metáfora? ¿No será en todo caso que la obra habrá tenido algo para decir al observador contemporáneo de su creador, pero una vez sacada de aquel mundo se convierte en un mero objeto de goce estético-histórico?
Main Author: | |
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Format: | Fil: Fil: Rufinetti, Edgar. Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Filosofía y Humanidades. Escuela de Filosofía; Argentina. biblioteca |
Language: | spa |
Published: |
2014
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Subjects: | EXPERIENCIA, VERDAD, OBRA DE ARTE, COMPRENSIÓN, |
Online Access: | http://hdl.handle.net/11086/546222 |
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Summary: | Seguimos cayendo aún en la tendencia a interpretar las obras artísticas sólo como creaciones y fenómenos de la expresión. De este modo se ponen en juego categorías que presuponen de modo no explicito que el arte no puede ser entendido ya como conocimiento. En este sentido, la obra de arte es considerada como la expresión de una vivencia y la experiencia estética se agota en la reproducción posterior de la vivencia creativa. Esta actitud de contemplar de manera puramente estética las obras de arte, prescindiendo de su dimensión moral o cognitiva, ha llevado a que el arte adquiera en la modernidad un carácter autónomo. Sin duda esta posición está plenamente legitimada, sin embargo, en concurrencia con la separación de esferas de validez sobre la que se monta, el arte se ve obligado a renunciar a la "pretensión de verdad" de la obra artística. Esto es, se priva de ser un "enunciado" real, de decir algo sobre el mundo entorno y acepta para sí la mera dimensión de la ficción y de la ilusión que le es señalada por la ciencia moderna. Pero si no estamos dispuestos a aceptar que el arte se agota en mera distracción y entretenimiento, cuya relación con él se limitaría al goce estético de su bella apariencia, si pretendemos reconocer y señalar su fuerza formadora y trasformadora, tenemos que volver a preguntar por aquello que "nos dice" la obra de arte y por el modo en que nos relacionamos con ella. Pero ¿cómo entender "lo que nos dice"? ¿Cómo entender las trasformaciones que podemos sufrir? En este sentido, H G Gadamer va a destacar en la primera parte de Verdad y método (1960) que en la experiencia del arte se muestran dos aspectos a tener en cuenta: que el arte representa una realidad autónoma que nos sobrepasa, pero en la que a la vez estamos siempre implicados. Nuestra subjetividad está efectivamente siempre envuelta en el juego del arte pero se limita a responder a la propuesta de la obra artística. La dimensión objetiva que viene a representar el juego en la propuesta de Gadamer, se impone a nuestra subjetividad; no somos dueños y señores de esta experiencia sino que hay que decir mejor que ?somos jugados? en y por ella. De modo que podemos señalar con Gadamer que la experiencia que hacemos de la obra de arte tiene que ver con algo que nos retiene y nos sacude; es la "experiencia de ser embargados" que siempre precede y hace posible el ejercicio crítico del juicio. En este sentido, el arte hace más elocuente el mundo que nos rodea, proporciona un plus, un "incremento" de realidad que constituye un verdadero "enunciado", el cual se eleva con una pretensión de verdad que reclama una respuesta de nuestra parte, el establecimiento de un diálogo. La obra de arte sería así este vernos interpelados que nos transforma. Pero ¿no habrá que entender este "decir algo", o "tener algo que decir" como una simple metáfora? ¿No será en todo caso que la obra habrá tenido algo para decir al observador contemporáneo de su creador, pero una vez sacada de aquel mundo se convierte en un mero objeto de goce estético-histórico? |
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